domingo, 22 de septiembre de 2013

¿Cuándo me haces abuela?


Esta es una pregunta que mi madre hace ya un tiempo se cansó de hacer porque conoce de sobra la respuesta. Me he planteado varias veces el tema y, lo mire por donde lo mire, acabo llegando siempre a la misma conclusión por diferentes motivos.

La principal justificación para esta decisión, que toda persona que me conozca de verdad habrá oído, es que este mundo no es un sitio bonito para traer gente nueva. Considero que vivimos en una época que no es demasiado digna de ser vivida, con grandes carencias morales y desigualdades sociales, que conforman una partida de ajedrez en la que no me gustaría involucrar a nuevos peones al servicio de un sistema saturado, decadente y mal repartido.
Por otro lado, está el tema de la excedencia de producto. Hablando claro, sobran niños sin una vida decente en este mundo y mucha gente que podría dársela pero que quieren hijos “suyos de verdad”,  así que prefieren esparcir sus genes para perpetuar el ancestral y mítico linaje de los “ponelapellidoquequieras”. Es justamente ahí donde nace mi diatriba paterno-filial.Considero que la paternidad debe de ser entendida como un proceso que implica la génesis de una nueva persona, no de un nuevo ser humano. Crear un ser humano es fácil. Quien más, quien menos, conoce la metódica del asunto, bien sea por experiencia propia o, en el peor de los casos,  por páginas web y un depurado estilo de simulación en modo manual. Otra cosa distinta es que el ser humano “fabricado” acabe por ser persona, por desarrollarse como individuo capaz de pensar y actuar por si sólo en base a una escala de valores más o menos determinada y balanceada. Creo que todos los proyectos de progenitor deberían hacer un ejercicio de sinceridad, ponerse delante del espejo y preguntarse: “¿Realmente estoy capacitado/a para criar a alguien?”. Tristemente, creo que la respuesta real en la mayoría de los casos sería algo así como: “¿A quién pretendes engañar? Apenas eres capaz de ordenar tu vida, ¿cómo vas a enseñar a nadie a vivir la suya?”.

El problema es que la mitad de las veces nos encontramos a niños criando niños con la excusa de “cuando tenga su hijo tendrá que madurar de golpe”. No sé a vosotros, pero a mi se me cae el alma a los pies cuando pienso que la solución para hacer algo de provecho con tu vida suponga, muy probablemente, que un recién llegado sea una especie de nenuco de carne y hueso que te ayude a saber qué es lo que quieres y qué necesitas para ser feliz. Más que nada porque cuando lo hagas, probablemente, será demasiado tarde. Para ambas partes.

Centrándome en el tema en cuestión llego a la conclusión de que, en un alto porcentaje de los casos, el tener un hijo responde a un cóctel instintivo y adquirido a partes iguales que, sinceramente, no me gusta. Está claro que estamos predeterminados para tratar de transferir generación tras generación nuestro paquete genético, pero mi impresión es que detrás de todo se esconde ese inconfesable onanismo ególatra que se traduce en la irrefrenable sensación de creer que nuestra persona es digna de eternizarse por los siglos de los siglos. Ese miedo a que en nosotros acabe nuestra estirpe, que acabemos nosotros, que lo que somos desaparezca con nuestro último aliento.

Así las cosas, tenemos hijos porque, inconscientemente, nos aferramos con todas nuestras fuerzas a este mundo que no es perfecto pero queremos creer que, al menos, es nuestro y deseamos que nuestra descendencia pueda heredar este sentimiento que, de alguna manera, lo siga haciendo nuestro. Deseamos desesperadamente seguir estando cuando ya no podamos ser, todo ello en una suerte de día de la marmota figurado que nos aleje de la idea de que esto, señoras y señores,  tiene un principio y un final. Y punto.

No voy a negar que ha habido veces en las que he sentido cierta tentación por esa sensación que os describo, que incluso he encontrado razones para pensar que estaría bien tener un miniyo o, sobre todo, una miniella. Luego llega el domingo por la mañana,  oigo los pisotones de los hijos de los vecinos por el terrado (Por Dios!!!¿Cuánto pesan esos niños para hacer ese ruido?), veo a los padres despreocupados de sus transferencias genéticas con patas hijos por la calle mientras su hijo es cada vez más "ser" y menos "humano", y se me pasa. 

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