Esta es una pregunta que mi madre hace ya un
tiempo se cansó de hacer porque conoce de sobra la respuesta. Me he
planteado varias veces el tema y, lo mire por donde lo mire, acabo llegando
siempre a la misma conclusión por diferentes motivos.
La principal justificación para esta decisión,
que toda persona que me conozca de verdad habrá oído, es que este mundo no es
un sitio bonito para traer gente nueva. Considero que vivimos en una época que
no es demasiado digna de ser vivida, con grandes carencias morales y
desigualdades sociales, que conforman una partida de ajedrez en la que no me
gustaría involucrar a nuevos peones al servicio de un sistema saturado,
decadente y mal repartido.
Por otro lado, está el tema de la excedencia
de producto. Hablando claro, sobran niños sin una vida decente en este mundo y
mucha gente que podría dársela pero que quieren hijos “suyos de verdad”, así
que prefieren esparcir sus genes para perpetuar el ancestral y mítico linaje de
los “ponelapellidoquequieras”. Es justamente
ahí donde nace mi diatriba paterno-filial.Considero que la paternidad debe de ser
entendida como un proceso que implica la génesis de una nueva persona, no de un
nuevo ser humano. Crear un ser humano es fácil. Quien más, quien menos, conoce la
metódica del asunto, bien sea por experiencia propia o, en el peor de los
casos, por páginas web y un
depurado estilo de simulación en modo manual. Otra cosa distinta es que el ser
humano “fabricado” acabe por ser persona, por desarrollarse como individuo capaz
de pensar y actuar por si sólo en base a una escala de valores más o menos determinada
y balanceada. Creo que todos los proyectos de progenitor deberían hacer un
ejercicio de sinceridad, ponerse delante del espejo y preguntarse: “¿Realmente
estoy capacitado/a para criar a alguien?”. Tristemente, creo que la respuesta real
en la mayoría de los casos sería algo así como: “¿A quién pretendes engañar?
Apenas eres capaz de ordenar tu vida, ¿cómo vas a enseñar a nadie a vivir la
suya?”.
El problema es que la mitad de las veces nos
encontramos a niños criando niños con la excusa de “cuando tenga su hijo
tendrá que madurar de golpe”. No sé a vosotros, pero a mi se me cae el alma a
los pies cuando pienso que la solución para hacer algo de provecho con tu vida
suponga, muy probablemente, que un recién llegado sea una especie de nenuco de
carne y hueso que te ayude a saber qué es lo que quieres y qué necesitas para
ser feliz. Más que nada porque cuando lo hagas, probablemente, será demasiado
tarde. Para ambas partes.
Centrándome en el tema en cuestión llego a la
conclusión de que, en un alto porcentaje de los casos, el tener un hijo responde
a un cóctel instintivo y adquirido a partes iguales que, sinceramente, no me
gusta. Está claro que estamos predeterminados para tratar de transferir
generación tras generación nuestro paquete genético, pero mi impresión es que detrás
de todo se esconde ese inconfesable onanismo ególatra que se traduce en la irrefrenable
sensación de creer que nuestra persona es digna de eternizarse por los siglos
de los siglos. Ese miedo a que en nosotros acabe nuestra estirpe, que acabemos
nosotros, que lo que somos desaparezca con nuestro último aliento.
Así las cosas, tenemos hijos porque,
inconscientemente, nos aferramos con todas nuestras fuerzas a este mundo que no
es perfecto pero queremos creer que, al menos, es nuestro y deseamos que
nuestra descendencia pueda heredar este sentimiento que, de alguna manera, lo siga haciendo nuestro. Deseamos desesperadamente
seguir estando cuando ya no podamos ser, todo ello en una suerte de día de la
marmota figurado que nos aleje de la idea de que esto, señoras y señores, tiene un principio y un final. Y punto.
No voy a negar que ha habido veces en las que he
sentido cierta tentación por esa sensación que os describo, que incluso he
encontrado razones para pensar que estaría bien tener un miniyo o, sobre todo, una miniella.
Luego llega el domingo por la mañana, oigo los pisotones de los hijos de los vecinos por el terrado
(Por Dios!!!¿Cuánto pesan esos niños para hacer ese ruido?), veo a los padres
despreocupados de sus transferencias genéticas con patas hijos
por la calle mientras su hijo es cada vez más "ser" y menos "humano", y se me
pasa.
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