sábado, 19 de marzo de 2016

Cuando ya no seamos

¿Qué se siente al no ser? ¿Cómo era no haber sido? ¿Qué había cuando no había nada? Estas son preguntas que, en cierta manera, me han atormentado desde que tengo uso de razón.  Prácticamente desde que tengo memoria recuerdo largas noches tumbado en la cama, boca arriba, inmóvil con la mirada fija en el techo pensando ¿cómo era y será dejar de ser? Intentando imitar el rictus físico que supondría, quieto completamente hasta que un escalofrío me recorría y sentía una amalgama de sensaciones que mezclaban la ira, el agobio y la frustración pero, sobre todo, un pánico irrefrenable. Un miedo incoherente, sin cara ni ojos, que envolvía la habitación al completo, una atmósfera densa y una oscuridad opaca que generaba una presión de tal magnitud en mi pecho que sólo podía purgarse con el llanto. Siempre he sentido la necesidad de saber los porqués de todo. Nunca he sido capaz de conformarme con un “así son las cosas”, hasta el punto de haberme traído algún encontronazo con mis profesores, mis superiores y con la ley incluso (nada grave), pero esas son otras anécdotas que en este post no vienen al caso.

Es difícil para un inconformista asumir que hay fenómenos que quieres saber y que nunca podrás llegar a dilucidar y, aunque he aprendido a lidiar con ello con el paso de los años y estos episodios de ansiedad por el miedo a lo desconocido se han ido apagando paulatinamente, todavía hoy me cabrea muchísimo pensar que me iré sin el tiempo ni la capacidad suficiente para saber por qué estamos aquí; qué maravilloso cúmulo de casualidades nos ha llevado a existir; qué generó este todo y  qué hubo y habrá cuando no haya nada. Supongo que es una duda generalizada, de hecho, igual que nuestro cerebro desconecta llegados al umbral del dolor cuando ya no podemos soportarlo, este “dolor” de no saber, nos ha llevado a crear nuestro propio mecanismo de “desconexión” llamado Dios, Allah o el todopoderoso que apetezca. Pero hay gente que nunca seremos de conformarnos con un “así son las cosas”, por mucho que nos gustaría tener la capacidad de aceptar una respuesta que nos permitiera “pasar palabra” de la eterna pregunta y ser felices en la ignorancia; y todo porque otro que vela por nosotros, sí que lo sabe y eso es garantía de que todo va a ir bien. Yo no puedo. Necesito tener respuestas. Es más, creo que si supiera que en el mismo momento de irme de aquí en lugar de mi vida en fotogramas, vería el porqué de todo, estaría mucho más tranquilo. Si lo pienso fríamente, siempre llego a la conclusión de que esto no lleva a ningún lado, y redunda en mi eterna lucha por el control de lo incontrolable. Pero un curioso es un curioso.


 Soy consciente de que ateniéndonos estrictamente a los principios de la física cuántica y a la morfología del espacio-tiempo, carece de sentido preguntarse qué hubo cuando no había nada. Sin embargo todos estos años de preguntas no han sido en vano, y sí me han valido para llegar a conclusiones asociadas. Una de las muchas es que me he dado cuenta de que gran parte del miedo irrefrenable surge del hecho de que ya no volverás a ver a los tuyos. Es decir, cuando alguien a quien quieres muere, dejas de ver a esa persona para siempre con el dolor que esto conlleva, pero cuando seas tú el que mueras, la cosa pinta bastante peor; Serás tú el que te vayas y no perderás a una persona, pierdes a todas. Vale que dejarás de echar de menos, de sentir, en definitiva de “ser”, pero es que yo no sé lo que supone para mi mismo dejar de ser, que ya es inquietante de por sí, sino que además sí sé lo que supondría para la gente que quiero, así que el miedo es doble. No puedo evitar pensar en lo triste de lo parecido, y lo distinto a la vez,  que es el paso de no haber sido a ser respecto al paso de haber sido a dejar de ser; Nacemos acompañados, con gente que nos asiste y que te cuida durante el proceso de creación y el de bienvenida al mundo; siempre arropados por gente deseosa de que esta transición suceda y que te guiará en el proceso. Cuando morimos, con suerte, también estamos acompañados, la gente quiere aprovechar ese último segundo a tu lado porque son más conscientes que nunca de que no volverá a repetirse, paradójicamente, como todos y cada uno de los segundos de tu vida y que a mucha gente no le ha importado desaprovechar. Sin embargo, en el mismo momento de decir adiós, estás completamente sólo. Nadie va a guiarte en ese momento de cambio y en este caso, en el proceso, cuando hayas aceptado que es inevitable, serás tú el que tengas que guiar a todos los demás para que aprendan a decirte adiós. Pero,¿Cómo le enseñas a alguien a dejarte ir cuando ni siquiera tú sabes a dónde te vas?