lunes, 1 de enero de 2018

El Enemigo en Casa

Me fascina cómo las personas gestionamos de manera distinta los conflictos. Siempre he pensado que la forma en la que los afrontamos destila la esencia de quiénes somos directamente de nuestras entrañas, de nuestro cerebro reptiliano. 

Curiosamente, del mismo modo que cada persona diverge en infinitos matices de cualquier otra en este contexto, todos y cada uno de nosotr@s convergemos en un mismo rasgo cuando hablamos de conflictos internos: nuestro cerebro siempre tiende a darnos la razón. En un entorno inhumano, de hiperestimulación y crispación continuada, nuestro "centro de control", como poseído por las mismísimas leyes de la termodinámica, tiende al equilibrio, al estado estacionario, al siempre acogedor paraguas de la comodidad de la zona de confort. El cerebro es un cúmulo de procesos con un único fin que dista mucho de ser el conocimiento o la revelación de la verdad; su objetivo no es otro que su supervivencia. Todos sabemos que esto es una realidad probada empíricamente porque todos conocemos a alguien que "tiene el combustible justo para pasar el día",  "se sacó el dni a la tercera", "sigue vivo porque respirar es automático" o como queráis llamarlo. Sí, exactamente, ellos son la prueba.

Este mecanismo es de gran utilidad para procesos traumáticos nos ayuda a seguir hacia adelante en muchas situaciones, pero de forma análoga nos acerca peligrosamente a una falta de evolución y, en determinados casos, a episodios autodestructivos. Éstos son ejecutados por nuestro "piloto automático" en segundo plano, mientras no hay nadie a los mandos ahí arriba. Si bien nos evita horas interminables de flagelarnos por nuestras malas decisiones o innumerables defectos, en muchas ocasiones nos priva de ser sinceros con nosotr@s mism@s, afrontar nuestros miedos y limitaciones, inhibiendo nuestro crecimiento personal. Este hecho es de especial relevancia cuando enquista nuestros miedos y enraíza nuestros complejos en lo más profundo de nuestro funcionamiento cotidiano. Como un saboteador en tu psique, un pasajero indeseado que desorienta tu brújula interior y desvía tu destino. De este modo, no es extraño que tomemos malas decisiones de forma habitual, convenciéndonos de que es exactamente lo que queremos, con el único fin de sufrir el castigo de las consecuencias asociadas a nuestra supuesta voluntad porque, inconscientemente, creemos que no somos suficientemente buen@s para ser felices. Que nos merecemos sufrir porque, hagamos lo que hagamos, estamos condenad@s a equivocarnos.

Revélate mil veces contra el mundo. Pero nunca antes de revelarte  una y mil veces contra ti mism@. Porque si algo me ha enseñado la vida es que, aunque sea más difícil, es mejor aceptarse que ignorarse a un@ mism@. Es mejor desengañarte y que te obligues a perdonarte, que dejar pasar y olvidar que has errado. Es mejor quemarte y sanar, que pasarte la vida temiendo a las cenizas. Desactiva el piloto automático de forma consciente y asume quién eres, dejándole actuar tan sólo cuando sea estrictamente necesario, porque, si tú no decides por ti, será otro el que decida y  por muy confiable y familiar que sea, el que tome la decisión final no dejará de ser el enemigo en casa.










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