Llega un día en el que lo piensas y,
simplemente, pasa. Supongo que es un proceso paulatino pero te das cuenta de
repente, como cuando te cortas y no eres consciente del dolor hasta que ves la
sangre abrirse paso a traves de la piel. Eso es exactamente lo que sucede en
este caso. A partir de ese momento empiezas a ver detalles que antes no veías,
primero pequeños y luego enormes, que finalmente te llevan a la irremediable
conclusión de que has estado equivocado durante gran parte de tu vida. Son humanos, tan vulnerables y omni-impotentes
como tú. El día en el que sucede podría ser un día cualquiera pero, con la
perspectiva del tiempo, te das cuenta de que hay un antes y un después.
Empiezas a valorar cada consecuencia de forma distinta, te reafirmas como individuo independiente y asumes que tus fallos son un calco en papel cebolla de los
errores que proyectaron en ti porque, desde ese día, te das cuenta, por fin, de
que tus PADRES no son superhéroes.
Haces un repaso de lo que te han enseñado y empiezas a darte cuenta de que lo que
antes fue un dogma, ahora acepta crítica y es cuestionable. Fallan y han
fallado cientos de veces. Incluso te das cuenta de los aspectos en los que eres
objetivamente mejor o de qué decisión (más acertada) hubieses tomado tú en su
misma situación. Todo se entremezcla en ese extraño crisol de sensaciones que contiene a partes iguales decepción, desamparo y metáfora tras sentir que, finalmente, has matado el
símbolo divino de lo que para ti era un padre. Freud sonríe mientras le comen los
gusanos.
La cuestión es que, tras esta explosión
inicial de pensamiento más o menos lógico, le sigue otra mucho más gráfica,
inexplicable y visceral. Sale de dentro y no se rumia. Se llora. Como una escena
imaginada en la mente de los hermanos Wachoski, el corazón conecta vía bluetooth
con tu cerebro y, en el transcurrir de un segundo, se cargan en la retina cientos de diapositivas
directas del alma: Mi padre saliendo de la fábrica del turno de noche y
entrando a trabajar en su segundo trabajo junto a mi madre a primera hora de la mañana. Ese año
tuve el regalo de navidad que tanto quería, no me acuerdo de cual y no me
importa. Mis padres dándome la mano justo antes de entrar en quirófano y
dándome la mano al despertarme de la anestesia como si hubiesen pasado las tres
o cuatro horas en la sala de operaciones conmigo. Siete veces durante nueve
años. Mis padres brindando con Champagne a las diez de la mañana un día entre
semana tras saber que la osteogénesis, por fin, había tenido lugar en el
injerto de fémur de su hijo. Que la primera no cuajara fue una decepción que
nunca me dejaron ver como tal. Les veo con el alma en el suelo mientras me
escuchan gritar cuando me drenan con una jeringuilla, directamente desde la
herida abierta recién suturada, el pus de la infección de dos de los veintisiete
puntos que hoy sólo son una cicatriz. Veo sus lágrimas en el tanatorio y sus
sonrisas media hora después conmigo en casa, muriéndose por dentro y reviviéndome
por fuera. Un segundo, una vida. Y así hasta el infinito.
Y pienso que hace un minuto estaba
vanagloriándome de hasta qué punto yo sería capaz de hacer las cosas mejor,
vistiéndome con mi recién estrenado traje de persona adulta y madura, ajeno a
mi condición de triste calco en papel cebolla que empieza a mostrar atisbos de
abandonar su translúcida vida, para tomar una forma consistente que valga de
modelo del que partir. Todo ello sin caer en la cuenta de quiénes fueron el
grafito que trazó mis rasgos. Yo, químico y empírico, creyendo que una teoría
describe la realidad que ellos no han sido capaces de ver. Yo, perdiendo el
tiempo idealizando realidades mientras ellos creaban realidad de las ideas. Mientras
improvisaban su vida, han sido capaces de enseñarme a vivir la mía. Es más de
lo que yo puedo decir que haya hecho y, posiblemente, vaya a hacer por alguien
nunca.
En este preciso instante no puedo evitar
sentirme el villano de la historia, por cuestionar, aunque sólo sea por un
instante, el hecho de que mis padre son, a todas luces, los héroes de la trama
principal de la historia de mi vida.
Muy bonitas tus palabras!!!...me.han.conmocionado...un.beso
ResponderEliminarHola, no sabía que tenías un blog. Preciosa reflexión y hermosas palabras. Muy hermosas.
ResponderEliminarGracias, Sinete. De tu comentario deduzco que nos conocemos...pero ahora mismo no sé quién eres...me alegro de que tehaya gustado la entrada, igualmente! ;)
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