Debido a mi trabajo suelo tener contacto
constante con distintas empresas de diferente calado a nivel Europeo. En el
mejor de los casos, coincido con personas con un conocimiento técnico
que permite que dejemos a un lado las formalidades y los temas económicos para
poder centrarnos en lo realmente interesante para mí: los aspectos
científico-técnicos de los posibles proyectos de colaboración. En otras
ocasiones, por el contrario me
toca lidiar con interlocutores de corte administrativo o, en el peor de los
casos, directivos que distan mucho de interesarse por la calidad de las
propuestas; no es raro que después de una presentación que te ha llevado
semanas preparar, en la que destripas el actual estado del arte y ofreces varias
alternativas que superan técnicamente las actuales soluciones, tan solo recibes
la frase: “Vale ¿Cuánto dinero me va a dar la comisión europea/el ministerio de
industria?”. En estos casos, toca
hacer de tripas corazón, olvidarte de tus ansias de hacer de este mundo un
sitio un poquito mejor a corto plazo y empezar a hablar de números:
Convocatorias públicas, subvenciones, tramos no reembolsables, costes indirectos,
etc.; la parte más ingrata de mi trabajo de largo. Pero los sistemas se cambian
desde dentro y este es un precio a pagar. Tiempo al tiempo.
Supongo que por este motivo, hace un par de
meses el centro tecnológico en el que trabajo decidió costear un curso sobre
negociación profesional para los investigadores principales que dirigen cada una de las unidades de
investigación, e incluyó también a personal del departamento de gestión de proyectos, con el fin
de que pudiéramos “cerrar” con una mayor tasa de éxito nuestras “ventas”. He de
decir que acudí al curso relativamente escéptico. No soy muy amigo de estas
nuevas corrientes de manipulación orientación, ni del famoso
“coaching” que tan de moda está. Me parece un engañabobos para solucionar “problemas
imaginarios del primer mundo”. Sin embargo, decidí ser positivo y tratar de aprovecharme
de todo lo que pudiera desde un punto
de vista psicológico, que a nivel personal es el que más me
motiva, ya que creo que si todos fuéramos menos personaje (papel que desempeñamos
en el trabajo) y más persona,
nuestro equilibrio personal se trasladaría al buen funcionamiento
profesional. Una cuestión de empatía, vaya. A mí me funciona.
La formación se dividió en dos grupos
independientes; uno formado mayoritariamente por personal de gestión,
acostumbrados a la negociación y trato directo con empresa; otro
mayoritariamente de personal investigador, más acostumbrados al trabajo
“abstracto” y sin formación en negociaciones. El caso es que entre todas las
curiosidades sobre la interpretación de las posturas del interlocutor, gestos,
etc., que sin dejar de ser interesantes, resultaban bastante básicas para
cualquier persona observadora, tuvimos varios ejercicios prácticos en los que
teníamos que formar dos grupos de negociación para llegar a un acuerdo y
analizar las distintas estrategias a posteriori, así como los resultados a los
que se había llegado en los hipotéticos casos; ¿Había ganado alguna de las
partes? ¿Había perdido alguna de ellas? ¿Habían ganado ambas? En estos
análisis salió a relucir el ya también famoso término del WIN-WIN. Es decir,
una solución que, aunque suponga ciertas concesiones, acabe por ser beneficiosa
para ambas partes. Cuando analizamos los resultados en conjunto, observamos que
la gente acostumbrada a la negociación y con formación previa (personal de
gestión y administración) había llegado a soluciones que resultaron en
pérdida para ambas partes; Todo ello porque trataron de “llevarse el gato
al agua” con estrategias posicionales, mientras que en el caso del personal
investigador y sin experiencia en negociación, tras unas primeras negociaciones de tanteo acabadas en
“tablas”, se había llegado a una solución de WIN-WIN y a un entorno de
colaboración.
Este hecho no hace más que reafirmar mi opinión al respecto de este tipo de formaciones y la actual cultura
corporativa profesional y cómo nos inducen (y autoinducimos) a extrapolarla a
nuestra vida personal. Nos dedicamos a poner nombres impactantes a formaciones,
estrategias o corrientes. Todo ello para vender un ideal que debemos cumplir y que nos
imponemos. Nos adoctrinan en la
cultura de la competición, en las frases prefabricadas que definen la ideología que nos
llevará a ser millonarios, a forjarnos nuestra carrera como empresarios de éxito,
término que, por cierto, abarca desde el dueño de Hewlett-Packard al frutero del
barrio, pero supongo que en esta sociedad clasista y de etiquetas suena peor
frutero que empresario o lo que
ahora denominan emprendedor, aunque hagan lo mismo. Pero a la hora de la
verdad, esta cultura ególatra sólo nos lleva a la autodestrucción por exceso de
celo o avaricia, donde la valía de una persona se mide por los números de su
cuenta corriente, por su imagen profesional, por sus logros respecto al resto, su supuesto estatus social o lo
anglosajón que suene el nombre de su puesto; que en tu contrato ponga “Fresh-Food
Feedstock Manager” no va a hacer que dejes de ser el reponedor de fruta empleado
del frutero emprendedor de tu barrio. Ni que pagues tus facturas a final
de mes. Pero probablemente va a generarte una (falsa)sensación de autoridad que nunca
tendrás y si la tienes, no te engañes, que no te cuenten lo contrario: Tú
autoridad no atiende a tu puesto ni a tu escalafón social, si no a tu valía
como persona y aquí,amigo, es donde está el quid de la cuestión; tu valía como
persona es la misma que la de cualquier otro, somos un "don nadie" que es tan "alguien" como cualquier otro "don alguien" del mundo. Todos valemos lo mismo
independientemente de nuestras virtudes y defectos. Todos tenemos algo valioso
que aportar y si nos preocupáramos cada uno de aportarlo, no necesitaríamos
manipular a nadie para conseguir lo que queremos a cambio del menor sacrificio posible. ¿Por qué alguien tiene que enseñarte a negociar para conseguir de otra persona lo que
quieres? ¿Por qué tenemos que definir estrategias para conseguir algo? Deberíamos
empezar a ser más simples, porque llamarle WIN-WIN no va a
hacer que deje de ser una cuestión de comunicación, sentido común y empatía.
Puede que sea un ingenuo, pero la experiencia de este curso me dice que la buena fe y la inocencia
conjunta lleva a buscar soluciones conjuntas y simples que nos valgan a todos.
Las estrategias para negociar algo tan de cajón como el bienestar global, sólo llevan a
la desigualdad y a la cultura del miedo. El día que entendamos esto, que
defendamos ideas y no ideologías; que hablemos de personas y no de personajes, igual se soluciona algo. De momento, así
nos va. Pero los sistemas se cambian desde dentro. Tiempo al tiempo.
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