martes, 31 de mayo de 2016

¿Aún Somos Humanos?

Ayer me despertaba con un titular que se hacía eco de la negativa de un pueblo suizo a acoger a 10 refugiados, a costa de hacer frente a una multa de más de 260.000€. Ahondando un poco más en el meollo de la cuestión, me encontraba con que se trata de una población de algo más de 2000 habitantes en la que entorno a 300 personas son multimillonarias. La argumentación de uno de sus vecinos para justificar esta negativa se basaba en que "habían trabajado duro para conseguir ese pueblo encantador y que no querían que se estropeara" para, finalmente, sentenciar que "los refugiados no tenían cabida allí". No tenían cabida. Podría llegar a entender esta frase en el contexto de una comunidad esquilmada por la coyuntura económica, en la que a duras penas los habitantes de la población les alcanzara para comer y sus recursos se redujeran por momentos. Pero no olvidemos que hablamos de una comunidad en la que más del 10% de sus habitantes son ricos. Casualmente, suelen ser las poblaciones con menos recursos las más dadas a la solidaridad, mientras los ciudadanos más acaudalados, empachados de su propia opulencia, reaccionan como si a un pastor se le propusiera introducir cuatro o cinco lobos en su rebaño. No tienen cabida.

Siento entre vergüenza y repugnancia de la situación actual. No deja de ser paradójico que la maquinaria del capital, sin consentimiento de los ciudadanos, no tenga problema en ponerse de acuerdo a la apertura global del libre mercado, bajo las siglas TTIP; y que el paradigma del capitalismo, perfectamente representado por habitantes de "pueblos encantadores" como Oberwill-Lieli, que así se llama el pueblo Suizo en cuestión, sin embargo sea incapaz de mostrar la misma flexibilidad y predisposición a la apertura de de puertas para gente que huye de una barbarie como la de los refugiados, provenientes de distintos países sumergidos en trágicos conflictos armados. A fin de cuentas, nuestras fronteras se convierten en un deleznable detector de metales preciosos que abre sus puertas sólo cuando hay lustre en los bolsillos; y se cierra de par en par cuando el horror y el genocidio tizna a bocajarro las entrañas. Nuestra sociedad se muere poco a poco en una bella cama de oro y diamantes.

Hablamos de crisis económica, de la crisis de los refugiados, pero este es un problema que va más allá del mercado o de la política. La RAE define la palabra humanidad en su quinta acepción como la "Sensibilidad, compasión de las desgracias de otras personas". Hace tiempo que es más que difícil encontrar algo así en los humanos. Mi pregunta es: si no somos capaces de sostener el significado que nosotros mismos hemos atribuido a nuestra especie ¿En qué demonios nos estamos convirtiendo?


Nuestra crisis es moral, de identidad y no se arregla legislando o multando; se arregla educando y concienciando; se arregla dejando que la indignación grite, por encima del ruido de fondo que nosotros mismos estamos generando para no escuchar a un corazón que, contra natura, nos pide que empecemos a usar el cerebro;  a ponernos todos los días y todos y cada uno de nosotros delante del espejo y preguntarnos: ¿Aún somos humanos? Puede que la sinceridad nos sorprenda con una respuesta inesperada...

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